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LA MONTAÑA DE LA LOCURA
CAP VII. HISTORIA EVOLUTIVA DE LOS PRIMORDIALES
Muchos tomos se podrían escribir acerca de la vida de los
Primordiales en el fondo del mar y de la que luego llevarían los que emigraron
a tierra. Aquellos que habitaron en aguas profundas habían conservado por
completo el sentido de la vista que tenían localizada en los extremos de sus
cinco tentáculos cefálicos, y habían practicado el arte de la escultura y la
escritura en la forma habitual, empleando para escribir un estilete en
superficies enceradas impermeables. Los que habitaban a mayores profundidades
marinas, aunque utilizaban un curioso organismo fosforescente para alumbrarse,
suplían la vista con misteriosos sentidos especiales que requerían el uso de
los cilios prismáticos de la cabeza —sentidos que permitían a los Primordiales
prescindir parcialmente de la luz en casos de apuro. Sus formas de escultura y
escritura cambiaron curiosamente cuando descendieron a las profundidades y
adoptaron ciertos métodos de revestimiento al parecer químicos —probablemente
para conseguir fosforescencia— que los bajorrelieves no explicaban con
claridad. Estas criaturas se movían dentro del mar en parte nadando, utilizando
los brazos crinoideos laterales, y en parte arrastrándose impulsados por la
fila inferior de tentáculos que albergaban las falsas patas. Algunas veces
volaban distancias considerables utilizando para ayudarse sus dos o cuatro alas
plegables en forma de abanico. En tierra empleaban habitualmente las pseudopatas,
pero algunas veces realizaban vuelos a gran altura y recorrían largas
distancias con las alas. Los abundantes y finos tentáculos en que se dividían
los brazos crinoideos eran de coordinación muscular y nerviosa infinitamente
delicada, flexibles y fuertes, proporcionándoles una enorme habilidad para
ejecutar toda clase de labores artísticas y manuales de otra índole.
La resistencia y dureza de aquellas criaturas era
sorprendente. Ni siquiera’ las tremendas presiones de las mayores profundidades
marinas parecían capaces de afectarlas. Diriase que eran pocas las que morían,
excepto de resultas de la violencia, y sus lugares de enterramiento eran
escasos. El hecho de que enterraran a sus muertos verticalmente cubriéndolos
con túmulos en forma de cinco puntas, nos sugirió a Danforth y a mí
pensamientos que hizo necesaria una nueva pausa para recuperarnos cuando los
bajorrelieves nos lo revelaran. Aquellos seres se multiplicaban por medio de
esporas —como plantas pteridofitas, que es lo que supuso Lake—, pero como
consecuencia de su extraordinaria resistencia y longevidad, no necesitaban
reproducirse en exceso de forma que no fomentaban el desarrollo en gran escala
de nuevos gametos excepto cuando iban a colonizar nuevas regiones. Los jóvenes
maduraban con rapidez y recibían una enseñanza evidentemente muy superior a la
que podemos imaginar. Su vida intelectual y estética estaba muy desarrollada y
daba vida a un conjunto extremadamente arraigado de costumbres e instituciones
que describiré con más detalle en la monografía que tengo en preparación. Las
unas y las otras variaban ligeramente según el lugar de residencia fuera marino
o terrestre, pero los fundamentos eran iguales en lo esencial. Aunque por ser
vegetales podían nutrirse de sustancias inorgánicas, preferían los alimentos
orgánicos, y especialmente los de origen animal. Comían crudos los alimentos de
origen marino, pero cocinaban las viandas en tierra. Cazaban y criaban ganado
de carne, al que sacrificaban empleando instrumentos muy afilados cuyas señales
en ciertos huesos fósiles habían observado los miembros de nuestra expedición.
Aguantaban todas las temperaturas ambientales maravillosamente, y en su estado
natural podían vivir en aguas a temperaturas próximas a los cero grados
centígrados. Sin embargo, cuando arreciaron los fríos del plioceno hace casi un
millón de años, los que habitaban en tierra tuvieron que recurrir a medidas
especiales, entre ellas la calefacción artificial, hasta que el frío mortal les
obligó, al parecer, a volver al mar. Para realizar sus vuelos prehistóricos a
través del espacio cósmico, según la leyenda, absorbían ciertos productos
químicos que casi los independizaba de la alimentación, la respiración, el frío
y el calor, pero cuando llegó la gran ¿poca glacial ya se había perdido el
método.
En cualquier caso, no hubieran podido prolongar indefinidamente ese
estado artificial sin causarse daño. Al no emparejarse y .tener una estructura semivegetal, los Primordiales carecían
de base biológica para la fase familiar de la vida de los mamíferos, pero
parece que muchos de ellos compartian vivien- das basándose en el principio de
aprovechamiento del espacio, y, según pudimos colegir de las ocupaciones y
entretenimientos de los compañeros de vivienda representados en los
bajorrelieves, en la placentera asociación mental. Al amueblar las viviendas, conservaban
todo en el Centro de la inmensa estancia y dejaban los espacios murales para la
decoración. La iluminación, en el caso de los que habitaban en tierra, la conseguían
mediante un procedimiento probablemente electroquímico. Tanto en tierra como
bajo el agua, utilizaban curiosas mesas, sillas y divanes como bastidores
cilíndricos, pues reposaban y dormían erguidos con los tentáculos plegados, y
estanterías para los conjuntos de superficies punteadas que constituían sus
libros. El gobierno era, evidentemente, complejo y probablemente de tipo
socialista, aunque nada podía deducirse con certidumbre acerca de esto de los bajorrelieves
que vimos. Era grande el movimiento comercial, tanto el local como entre
distintas ciudades, empleándose como dinero pequeñas fichas grabadas de cinco
puntas. Probablemente los trozos de esteatita verdosa más pequeños encontrados
por nuestra expedición correspondieran a esa clase de monedas. Aunque la
cultura era primordialmente
urbana, existía algo de agricultura y gran actividad ganadera.
También se dedicaban a la minería y existían algunas actividades fabriles.
Viajaban mucho, pero la emigración permanente no parecía ser muy frecuente, si
se exceptúan los grandes movimientos colonizadores mediante los cuales se
extendía la raza. No empleaban ayuda externa alguna para la locomoción personal,
pues los Primordiales, tanto en la tierra como en el aire y en el agua,
parecían poseer posibilidades de moverse a enorme velocidad. Las cargas, sin
embargo, las arrastraban bestias de tiro: los shogoths bajo el agua y una
curiosa variedad de vertebrados primitivos en los años posteriores de
existencia terrestre.
Estos vertebrados, así como otras infinitas formas de vida
—animal y vegetal, marina, terrestre y aérea—, eran producto de una evolución
no dirigida de células vivas creadas por los Primordiales, pero cuyo desarrollo
quedaba fuera del radio de su atención.
Se les había permitido desarrollarse libremente porque no
habían provocado conflictos a los seres dominantes. Las formas evolucionadas
que resultaban inconvenientes se exterminaban mecánicamente. Nos llamó la
atención ver en algunas de las últimas esculturas más decadentes a un mamífero
primitivo de torpe andar utilizado unas veces como alimento y otras como jocoso
bufón por parte de los habitantes terrestres, mamífero cuyo carácter de predecesor
de simios y seres humanos era inconfundible.
Para edificar las ciudades terrestres, las inmensas piedras
de las altas torres las subían generalmente pterodáctilos de grandes alas, de
una especie desconocida hasta ahora por la paleontología.
La pervivencia de los Primordiales a través de los diversos
cambios y convulsiones geológicas de la corteza terrestre fue casi milagrosa.
Aunque pocas de sus ciudades primeras (tal vez ninguna) sobrevivieron a la Era
Arcaica, no existió interrupción alguna de su civilización o en la transmisión
de sus anales. El lugar original de su llegada al planeta fue el Océano Antártico,
y es probable que llegaran no mucho después que la materia de que se formó la
Luna se desprendiera del cercano Pacífico Sur. Según uno de los mapas
esculpidos, todo el globo estaba entonces sumergido bajo el agua, y las
ciudades de piedra fueron esparciéndose más y más, alejándose del Antártico
según pasaban los eones. Otro mapa mostraba una gran masa de tierra firme en
torno al Polo Sur, en donde es evidente que algunos de estos seres trataron de
establecer colonias experimentales, aunque los centros principales los
trasladaron al fondo del mar más cercano. Mapas posteriores mostraban la gran
masa de tierra como resquebrajándose y a la deriva, con algunas de las partes
separadas desligándose hacia el Norte, sustentando de manera notable las
teorías de los deslizamientos tectónicos expuestas recientemente por Taylor,
Wegener y Joly. Con el surgimiento de nuevas tierras en el Pacífico Sur, se
iniciaron tremendos acontecimientos.
Algunas de las ciudades submarinas quedaron destrozadas, y
no fue ésta la mayor desgracia. Otra raza, una raza terrestre con forma de
pulpo y probablemente correspondiente a fabulosos seres prehumanos engendrados
por Cthulhu, comenzó a llegar procedente del infinito cosmos e inició una
salvaje guerra que obligó de nuevo a los Primordiales a refugiarse
temporalmente en las profundidades del mar —golpe tremendo para ellos en vista
de sus crecientes colonias construidas en la superficie. Más tarde se concertó
la paz, y las nuevas tierras se cedieron a los descendientes de Cthulhu, mientras
que el mar y las tierras más antiguas quedaban bajo el dominio de los
Primordiales. Se fundaron nuevas ciudades terrestres, las mayores de ellas en
la Antártida, pues esta región de la primera llegada era sagrada.
En lo sucesivo, como había acontecido anteriormente, la Antártida continuó siendo el centro de la civilización de los Primordiales, de forma que los descendiente de Cthulhu desaparecieron de sus vidas. Mas luego, las tierras del Pacífico se hundieron nuevamente, llevándose consigo a la espantosa ciudad de piedra de R’lyeh y a todos los pulpos cósmicos, con lo que los Primordiales volvieron a ser dueños del planeta si se exceptúa un vago temor del que no les gustaba hablar. En eras bastante posteriores sus ciudades se esparcieron por todas las regiones terrestres y marinas del globo, de ahí la recomendación que haré en mi próxima monografía de que algún arqueólogo realice perforaciones sistemáticas con el aparato de Pabodie, u otro semejante, en ciertas regiones muy separadas entre sí. La tendencia constante a lo largo de los tiempos, fue la de pasar del mar a la tierra, movimiento estimulado por el surgir de nuevas tierras, aunque no por eso dejaron desierto el mar en ningún momento.
En lo sucesivo, como había acontecido anteriormente, la Antártida continuó siendo el centro de la civilización de los Primordiales, de forma que los descendiente de Cthulhu desaparecieron de sus vidas. Mas luego, las tierras del Pacífico se hundieron nuevamente, llevándose consigo a la espantosa ciudad de piedra de R’lyeh y a todos los pulpos cósmicos, con lo que los Primordiales volvieron a ser dueños del planeta si se exceptúa un vago temor del que no les gustaba hablar. En eras bastante posteriores sus ciudades se esparcieron por todas las regiones terrestres y marinas del globo, de ahí la recomendación que haré en mi próxima monografía de que algún arqueólogo realice perforaciones sistemáticas con el aparato de Pabodie, u otro semejante, en ciertas regiones muy separadas entre sí. La tendencia constante a lo largo de los tiempos, fue la de pasar del mar a la tierra, movimiento estimulado por el surgir de nuevas tierras, aunque no por eso dejaron desierto el mar en ningún momento.
Otra causa de la emigración hacia la tierra fue las muchas
dificultades que surgieron para la cría y gobierno de los shogoths, de los
cuales dependía la prosperidad de la vida en el mar. Con el transcurrir del
tiempo, y según confesaban tristemente los bajorrelieves, el arte de crear
nueva vida a base de materia inorgánica se fue olvidando, por lo que los
Primordiales se vieron obligados a depender de la posibilidad de moldear seres
ya existentes. En tierra, los grandes reptiles resultaban muy moldeables, pero
los shogoths marinos, que se reproducían por división celular partenogenética y
estaban adquiriendo un grado peligroso de inteligencia, representaron durante
algún tiempo un formidable problema.
Siempre se los había gobernado mediante las sugestiones
hipnóticas de los Primordiales que modelaban su dura plasticidad para formar
miembros útiles y órganos temporales, pero ahora ejercían a veces su capacidad
automodeladora de manera independiente e imitando formas inculcadas
anteriormente.
Habían desarrollado, al parecer, un «cerebro» semiestable,
cuya capacidad de volición independiente y tenaz se hacía eco de la voluntad de
los Primordiales, pero no siempre la obedecían. Las imágenes talladas de estos
shogoths nos llenaron a Danforth y a mí de horror y repulsión. Eran, por lo
general, entes informes compuestos de una gelatina viscosa que les daba el
aspecto de un gran conjunto de burbujas aglutinadas, con alrededor de quince
pies de diámetro cuando asumían forma esférica.
Pero su forma y volumen cambiaba constantemente y surgían de
ellos excrecencias temporales o formaban órganos visuales, auditivos u orales
imitando a sus amos, espontáneamente o por sugestión.
Parece que se tornaron especialmente rebeldes hacia mediados
de la era pérmica, hace quizá ciento cincuenta millones de años, cuando hubo
una verdadera guerra entre ellos y los Primordiales del mar.
Las escenas talladas de esta guerra y el estado cubierto de
viscosidad en que los shogoths acostumbraban dejar a sus víctimas después de
decapitarías poseían una terrible fuerza amedrentadora a pesar del abismo
temporal que de ellas nos separaba. Los Primordiales emplearon curiosas armas
de perturbación molecular y atómica contra los entes rebeldes y finalmente
alcanzaron una completa victoria. Las esculturas mostraban que hubo después un
período en el que los shogoths fueron domados y sometidos por los Primordiales
armados, al igual que domaron los vaqueros a los caballos salvajes del Oeste
norteamericano.
Aunque durante la rebelión los shogoths habían demostrado
ser capaces de vivir fuera del agua, no se alentó esta transición, pues su
utilidad en tierra no hubiera resultado proporcionada a las dificultades que
ocasionaba su control.
En la Era Jurásica, los Primordiales padecieron nuevas
adversidades, esta vez como resultado de otra invasión llegada del espacio
exterior, una invasión de criaturas mitad fungosas y mitad crustáceas,
indudablemente las mismas que aparecen en ciertas leyendas que se cuentan a
media voz en las montañas del Norte y que se recuerdan en el Himalaya con el
nombre de Mi-Go, o abominable Hombre de las Nieves; Para luchar contra estos
seres, los Primordiales intentaron, por primera vez desde su llegada a la
Tierra, regresar al éter planetario; pero a pesar de realizar todos los
preparativos tradicionales, vieron que ya no les era posible salir de la
atmósfera terrestre.
Cualquiera que fuera el secreto de los viajes
interestelares, su raza lo había perdido para siempre. Finalmente, los Mi-Go
expulsaron a los Primordiales de todas las tierras del Norte, aunque no
pudieron atacar a los del mar. Poco a poco comenzó la lenta retirada de esta
antiquísima raza a sus habitáculos originales de la Antártida.
Resulta curioso observar en las batallas representadas en
los bajorrelieves, que tanto los descendientes de Cthulhu como los Mi-Go
parecían estar formados por una sustancia notoriamente distinta de la que
sabemos caracterizaba a los Primordiales. Podían transformarse adoptando formas
que eran imposibles para sus adversarios, lo que hace suponer que llegaron de
regiones del espacio cósmico todavía más remotas. Los Primordiales, excepto por
su anómala dureza, y sus peculiares características vitales, eran rigurosamente
materiales y debieron de tener su origen absoluto dentro del conocido continuo
de tiempo-espacio, en tanto que el origen de los otros seres sólo puede ser
objeto de conjeturas expresadas en voz baja. Todo esto, naturalmente,
suponiendo que las conexiones ultraterrestres y las anomalías achacadas a las
fuerzas invasoras no fueran pura mitología. Es posible que los Primordiales
inventaran un fondo cósmico para justificar sus ocasionales derrotas, dado que
el interés por la historia y el orgullo eran sus principales características
psicológicas. Es significativo que sus anales no mencionaran muchas razas
avanzadas y poderosas de seres cuya egregia cultura y grandes ciudades figuran
insistentemente en ciertas las leyendas oscuras.
El cambiante estado del mundo a lo largo de las extensas
eras geológicas aparecía descrito con sor- prendente realismo en muchos de los
mapas y escenas de los bajorrelieves. En algunos casos habrá que revisar la
ciencia actual, mientras que en otros sus audaces deducciones quedan
magníficamente confirmadas.
Como he dicho, la hipótesis de Taylor, Wegener y Joly, según
la cual todos los continentes son fragmentos de masa de tierra antártica
original, que se resquebrajó bajo el efecto de la fuerza centrífuga y cuyos
trozos se separaron deslizándose sobre una superficie inferior técnicamente
viscosa — hipótesis que sugieren, por ejemplo, los perfiles complementarios de
Africa y Sudamérica y la forma en que las grandes cordilleras aparecen como
rodadas y empujadas hacia arriba—, encuentra notable apoyo en esta misteriosa
fuente.
Algunos mapas relativos indudablemente al mundo en el
periodo Carbonífero de hace cien millones de años, o aún más antiguos,
mostraban significativas fallas y abismos que luego separarían a Africa de las
tierras de Europa (la Valusia de la antigua leyenda), Asia, las Américas y el
continente antártico. Otros mapas, sobre todo uno relacionado con la fundación,
hace cincuenta millones de años, de la vasta ciudad muerta que nos rodeaba,
mostraban los actuales continentes bien diferenciados. Y en el más reciente que
pudimos descubrir, tal vez del Plioceno, se veía muy claramente el mundo casi
tal como es en la actualidad, a pesar de la unión de Alaska con Siberia, de
América del Norte con Europa a través de Groenlandia, y de América del Sur con
el continente antártico por medio de la tierra de Graham. En el mapa del
período Carbonífero, todo el globo, tanto el fondo del océano como las masas de
tierra separadas, mostraba símbolos de las vastas ciudades de piedra de los
Primordiales, pero en mapas posteriores se apreciaba claramente la paulatina
retirada hacia la Antártida. El último mapa, el del Plioceno, no mostraba
ninguna ciudad terrestre, excepto en el continente antártico y en el extremo de
América del Sur, y tampoco ciudad marina alguna más al norte del paralelo 50 de
latitud sur. Es evidente que el conocimiento del mundo nórdico, y el interés
por él, exceptuando un estudio riel litoral realizado probablemente durante
largos vuelos de exploración hechos con ayuda de aquellas alas membranosas en
forma de abanico, habían decaído, evidentemente, hasta quedar reducido a cero
entre los Primordiales.
La destrucción de ciudades por el levantamiento de las
montañas, la fragmentación de los continentes por el efecto de la fuerza
centrífuga, las convulsiones sísmicas del fondo del mar y de la tierra y otras
causas naturales era allí un puro relato histórico; y resultaba curioso
observar cómo se dejaba de reemplazarlas según pasaban las eras. La vasta
megalópolis muerta que mostraba sus fauces en mil oquedades en torno nuestro
parecía haber sido el postrero centro general de la raza, edificado a principios
de la Era Cretácea después que la titánica elevación de la Tierra arrasara una
ciudad anterior de mayores dimensiones y no muy distante. Parecía que esta
región era el lugar más sagrado de todos, el sitio en que los primeros
Primordiales habían creado su colonia en el fondo del mar. En la nueva ciudad
—muchas de cuyas características pudimos. Reconocer representadas en los
bajorrelieves, pero que se extendía durante cien millas a lo largo de la
cordillera en ambas direcciones, hasta más allá de los límites de nuestra
exploración aérea— se suponía que se conservaban ciertas piedras sagradas
pertenecientes a la primera ciudad del fondo del mar, la cual había surgido de
entre las aguas y se había asomado a la superficie y a la luz después de
larguísimas épocas en el curso del general desmoronamiento de los estratos.
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